
De la ciudad moruna
tras las murallas viejas
yo contemplo la tarde silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena.
El río va corriendo,
entre sombrías huertas
y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza.
Tienen los vides pámpanos dorados
sobre las hojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y disperso, reluciente y espejea.
Lejos, los montes duermen
envueltos en la niebla,
niebla de otoño, maternal;descansan
las ruedas moles de su ser de piedra
en esta tibia tarde de noviembre,
tarde piadosa, cárdena y violeta.
El viento ha sacudido
los mustios olmos de la carretera,
levantando en rosados torbellinos
del polvo de la tierra.
La luna está subiendo
amoratada, jadeante y llena.
Los caminitos blancos
se cruzan y se alejan,
buscando los dispersos caseríos
del valle y de la sierra.
Caminos de los campos...
¡Ay, ya no puedo caminar con ella!